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Nicaragua expulsó a la OEA de Managua y se retiró del organismo

La administración del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, no solo cerró la oficina de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Managua, sino que además concretó la salida de sus representantes de ese organismo, tal como lo anunció en noviembre del 2021.

«Dejamos inmediatamente de participar de la OEA y retiramos las credenciales a sus representantes en Washington. Tampoco tendrá este infame organismo, en consecuencia, oficinas en nuestro país. Su sede local ha sido cerrada», aseguró el canciller nicaragüense, Denis Moncada.

Minutos después del anuncio, la Policía Nacional rodeó las oficinas de la OEA en Nicaragua, ubicadas a las afueras de Managua, mientras sus símbolos eran desmontados.

En una carta leída a través de una transmisión oficial, Moncada sostuvo: «A partir de esta fecha Nicaragua deja de formar parte de todos los engañosos mecanismos de este engendro, llámense Consejo Permanente, llámense comisiones, llámense reuniones, llámense Cumbre de las Américas», subrayó.

Y agregó: «No tendremos presencia en ninguna de las instancias de ese diabólico Instrumento de la mal llamada OEA», sentenció.

Crónica de una historia anunciada

Ortega, un ex guerrillero de 76 años en el poder desde 2007, anunció a finales del año pasado el retiro de Nicaragua de la OEA, que desconoció su elección para un cuarto mandato consecutivo, con sus rivales y opositores presos y acusados de conspirar contra él. 

Sin embargo, de acuerdo a los protocolos, la salida debía ocurrir en un lapso de dos años, para que Managua culminara con los compromisos pendientes que pudiera tener con el organismo.

Nicaragua montó en cólera contra la OEA cuando el organismo aprobó el proceso de aplicación de la Carta Democrática Interamericana por los señalamientos contra Ortega sobre violaciones a los derechos humanos en 2018, en el marco de las manifestaciones antigubernamentales que, según documentó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), dejaron 355 muertos.

El 23 de marzo, el entonces representante permanente de Nicaragua ante la OEA, Arturo McFields, sorprendió durante su intervención en una sesión del consejo permanente donde calificó de «dictadura» a la gestión de Ortega y denunció «las precarias condiciones en que sus opositores estaban detenidos».

«No puedo entender los motivos del gobierno, pero este retiro se realiza al cumplirse un mes de mi discurso ante la OEA», afirmó McFields, según consignó la agencia de noticias AFP.

«Las oficinas de la OEA han estado históricamente en nuestro país y fueron parte de un proceso histórico de pacificación en Nicaragua. Se han cerrado oficinas que representan los acuerdos de paz en Nicaragua. El gobierno está cerrando una puerta a la paz», se lamentó.

Un país en crisis

Nicaragua atraviesa una crisis política y social desde abril de 2018, que se acentuó tras las controvertidas elecciones generales del pasado 7 de noviembre en las que Ortega fue reelegido para un quinto mandato, cuarto consecutivo y segundo junto con su esposa, Rosario Murillo, como vicepresidente, con sus principales contendientes electorales en prisión.

El día que McFields renunció, denunció las brutalidades de los Ortega, aún con temor a sufrir represalias. 

«Tomo la palabra en nombre de más de 177 presos políticos y más de 350 personas que han perdido la vida en mi país desde el año 2018. Tomo la palabra en nombre de los miles de servidores públicos, de aquellos que hoy son obligados por el régimen de Nicaragua a fingir, a llenar plazas y repetir consignas porque si no lo hacen pierden su empleo», relató.

«Tengo que hablar aunque tenga miedo. Tengo que hablar aunque mi futuro y el de mi familia sean inciertos», añadió.

Y cerró: «Desde 2018, Nicaragua se convirtió en el único país de Centroamérica donde no hay periódicos impresos, no hay libertad de publicar un simple comentario en las redes sociales. No hay organismos de derechos humanos. Ni uno solo. Todos fueron cerrados, expulsados o clausurados. No hay partidos políticos independientes, no hay elecciones creíbles, no existe separación de poderes, sino poderes fácticos», resumió McFields.