Con rosas y guayaberas blancas, seguidos de camiones decorados de globos y banderas tricolor, el 26 de septiembre altos funcionarios de Colombia y Venezuela reabrieron la frontera tras siete años cerrada.
«Es un día histórico para América», declaró ese día, en el puente Simón Bolívar, el presidente colombiano, Gustavo Petro, ante decenas de seguidores que celebraban el fin de un cierre fronterizo que fomentó la ilegalidad, la violencia y el desempleo.
Casi tres semanas después de la apertura, el escenario en esta parte de la frontera, la más importante en términos migratorios y comerciales para ambos países, es diferente al que se vivió durante estos siete años: ya se ven camiones de carga, cientos de transeúntes y el dinamismo y la bulla de toda la vida.
Pero la reactivación de la frontera está cruda: el paso de camiones es esporádico, no hay paso de vehículos de transporte público ni privado y las famosas trochas, esos pasos informales que muchos prefieren al puente oficial, están igual de vigentes que hace un mes.
«Qué va, si esto es lo mismo que antes«, dice Nelly Mesa, una venezolana que pasa cada dos o tres días a Colombia para visitar familiares y comprar víveres y ropa para su hija de 7 años, que la acompaña caminando sobre el puente bajo un sol punzante.
«Lo que cambió fue que las gandolas (camiones de carga) y la gente con dinero ya pueden pasar tranquilos, pero una al final tiene que caminar», añade, en una queja que se repite entre los transeúntes.
Pero los gobiernos, y decenas de empresarios, están felices: creen que la apertura inaugura una era de prosperidad comercial y que la reanudación de relaciones políticas, interrumpida por el expresidente Iván Duque como parte de una estrategia para acorralar a Nicolás Maduro, tendrá frutos importantes, entre ellos una paz negociada con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que opera en ambos países.
«Lo que pasa es que la gente no ve eso porque llevamos años sin que los anuncios del gobierno tengan efectos», dice Francisco Londoño, un joven líder social y político colombiano en la zona.
«Al lado de las cosas que existen acá, desde la violencia hasta la ilegalidad que vemos todos los días, que además están empeorando, la apertura de la frontera es irrisoria. Es apenas normal que la gente se pregunte qué fue lo que abrieron, si ni siquiera los corredores peatonales de los puentes (habilitados por Duque en 2020) tienen suficiente espacio para caminar cómodamente», sostiene.
Incluso los escépticos están de acuerdo con la apertura de la frontera. Lo que cuestionan es la «grandilocuencia» de un evento que pareció omitir la magnitud de los retos por delante y de los daños causados por el cierre. Esta es, y es difícil que deje de ser en el corto plazo, una de las fronteras más caóticas del mundo.
Hay carga, pero poca
Víctor Méndez, director ejecutivo de la Cámara Colombo-Venezolana, es uno de tantos líderes empresariales de Cúcuta, la ciudad más importante de esta parte de la frontera centro-norte, que presionaron a los gobiernos para que reabrieran la frontera.
«Creo que la gente no es consciente del daño que nos hizo el cierre», asegura. «Solo acá había 35 empresas de aduana y con el cierre quedaron dos y ahora hay nueve. Y pasa parecido con las empresas de transporte: había 65, quedaron 15 y antes de que termine el año puede haber hasta 50″.
Como muchos otros gremialistas, Méndez asegura que la frontera debe ser despolitizada: «Acá nadie se está preguntando por el régimen ni por Petro, acá el interés es meramente comercial«.
Cúcuta es una ciudad de derecha. La cercanía con Venezuela, los daños de la guerrilla y el carácter emprendedor de los cucuteños hizo de esta región un bastión del uribismo. Petro perdió acá por amplia ventaja. Pero, según Méndez, «la sensación es de esperanza».
Si bien optimista y satisfecho con la gestión del gobierno colombiano, Méndez admite que aún se necesitan adecuaciones técnicas y burocráticas para que el intercambio comercial entre Colombia y Venezuela viva el boom que prometieron los políticos hace tres semanas.
Muchos de los camiones que han cruzado hacia Colombia pasaron días en aduanas ante la ausencia de mecanismos tributarios, personal y garantías jurídicas que agilizaran su ingreso.
Pasar por la trocha para muchos cargueros sigue siendo la opción más ágil, incluso barata.Es difícil saber cuántos han cruzado legalmente desde la apertura: las autoridades colombianas hablan de 35, las venezolanas de 25 y policías en los dos puentes le dijeron a BBC Mundo cosas como «si han pasado 20 camiones, es mucho».
En todo caso, antes del cierre, en 2015, solían pasar hasta 100 camiones al día por estos dos puentes que conectan a Cúcuta con Venezuela.
Y quizá no haya prueba más fehaciente de que la apertura fronteriza es incipiente que el tercer puente que se construyó en esta zona para el transporte de carga: Tienditas, una autopista de nueve carriles que fue terminada en 2015 después de décadas de intentos, costó US$32 millones y hoy no ha podido ser inaugurada.
Allí siguen los contenedores que pusieron durante el enfrentamiento entre Maduro y Duque en 2019. Del lado colombiano están listos los edificios de migración y aduanas, pero en Venezuela hacen falta adecuaciones.
Ante la ausencia de camiones y gente, en el puente se siente una paz de día festivo: las enormes y vacías avenidas de asfalto sin estrenar parecen el escenario perfecto para dar un curso de conducción de auto.
«Condenados a la mafia de los trocheros»
El flujo de personas sobre los dos puentes abiertos, sin duda, ha aumentado: hacia Colombia pasan con las manos vacías y hacia Venezuela vuelven llenos de maletas y costales y cajas que cargan en carretillas desvencijadas. Se ofrece mototaxis, galletas, líneas de celular, sillas de ruedas.
Mercedes, una maletera venezolana que pidió no revelar su verdadero nombre, dice que las prácticas ilegales que hace un mes se concentraban en las trochas, ahora pasan por el puente: «Si de verdad abrieron la frontera, entonces por qué la gente no puede pasar sin matraquear (sobornar) una lavadora o una televisión que compró legalito con la factura».
En las horas que BBC Mundo estuvo en los puentes vio a policías de ambos países recibiendo dinero; otros dejando pasar si la gente presentaba el recibo de pago del bien que buscaba cruzar.
En las noches la policía colombiana se va. Videos divulgados parecen mostrar carretilleros con enormes cantidades de mercancía que pasan y pagan a la Guardia venezolana para entrar.
Awilda Wanche, una colombiana de 54 años que camina de vuelta a su país, dice que las restricciones horarias siguen complicándole la vida:
«Mañana tengo que coger un avión a Caracas en San Antonio (en la frontera venezolana) a las 8AM y la frontera la abren a las 6AM. Usted explíqueme cómo voy a hacer yo para llegar a tiempo al vuelo sin tener que cruzar por la trocha«.
Con documentos bancarios en la mano que fue a actualizar antes de su viaje, Wanche camina acelerada, estresada. La mujer habla de los grupos armados que manejan las trochas. Si antes del cierre de la frontera había tres bandas distintas, ahora los centros de estudio contabilizan 13, entre ellas guerrillas, paramilitares y narcotraficantes.
La señora reitera: «Entonces dígame usted cómo va a hacer el pueblo para no seguir condenado a la mafia de los trocheros y la policía. Dígame».