El desierto de Atacama, un inmenso cementerio de ropa usada

El desierto de Atacama, pese a ser el lugar no polar más árido del planeta, da cabida -en sus 105.000 km2 de superficie- a algunos de los rincones con mayor biodiversidad de toda Latinoamérica.

Se encuentra en Chile, principalmente, aunque debido a su gran extensión -tiene una longitud de casi 1.600 km y un ancho máximo de 180 km.- Bolivia, Argentina, e incluso Perú, también tienen zonas que pertenecen a este gran desierto.

Pero la noticia no pasa por ahí. De las 59.000 toneladas de ropa usada que se importan cada año desde Estados Unidos, Europa o Asia, gran parte de ella -se calcula que alrededor de 40.000- no se vende y termina en basurales clandestinos.

La mayoría de ellos ubicados a las afueras de Alto Hospicio, una comuna con altos niveles de pobreza y vulnerabilidad. En noviembre, imágenes de estos vertederos dieron la vuelta al mundo.

 

¿Cómo funciona el mercado de la ropa usada?

Camiones cargados con fardos de ropa usada entran y salen de la Zona Franca de Iquique, más conocida como «Zofri».

Este paraíso de las compras alberga un inmenso parque industrial donde operan más de 1.000 empresas que transan sus productos exentos de impuestos.

Su lugar estratégico en el norte de Chile -y a pocos kilómetros del puerto de Iquique- lo convierte en un importante centro comercial para otros países latinoamericanos, como Argentina, Brasil, Perú y Bolivia.

Aquí hay instaladas al menos 50 importadoras que diariamente reciben decenas de toneladas de prendas de segunda mano que luego distribuyen a lo largo de Chile para su venta.

El negocio es inmenso y completamente legal. De acuerdo con el Observatorio de Complejidad Económica (OEC), una plataforma que lleva el registro de diversas actividades económicas en el mundo, Chile es el mayor importador de ropa usada de Sudamérica, siendo el receptor de más del 90% de dicha mercancía en la región.

Los propietarios de las importadoras tienen distintas nacionalidades; algunos vienen de países tan lejanos como Pakistán.

La fundadora de PakChile, Paola Laiseca, explicó cómo funciona el negocio. «Nosotros traemos ropa de Estados Unidos, pero también llega de Europa», confesó sentada en la oficina de su inmenso galpón, donde se acumulan varios fardos de prendas de segunda mano.

La mayoría de esta ropa fue previamente donada a organizaciones benéficas en países desarrollados. Mucha de ella se revende en tiendas de caridad o se entregan a personas necesitadas.

Pero la que no se vende o dona en esos países (a veces porque está dañada) termina siendo enviada a otros países como Chile, India o Ghana.

Laiseca explica que al puerto de Iquique llegan prendas de distinta calidad. La ropa usada llega en bolsas y los importadores de la zona franca la seleccionan para revenderla a lo largo de Chile.

«La ropa usada viene en bolsas y nosotros acá hacemos una selección, en la cual se saca un fardo de primera (categoría), de segunda y también de tercera», detalló.

«En la primera se entiende que va la mejor prenda, sin detalles, sin manchas, impecable. En la segunda, puede ir una prenda sucia, descosida. La de tercera sí es un producto más deteriorado», explicó.

Aunque la empresaria afirmó que esas prendas de tercera categoría también se venden (y que ella no se deshace de más del 1% de lo que importa), las autoridades locales señalaron que gran parte termina en basurales clandestinos.

«Se sabe que al menos un 60% (de lo que se importa) es residuo o descartable y eso es lo que viene a dar a los cerros», señaló Edgard Ortega, encargado de medioambiente de la municipalidad de Alto Hospicio.

 

Está prohibido arrojar los desechos textiles en los vertederos legales

Laiseca reconoció que hay personas a las cuales se les paga para que se deshagan de la ropa que no venden.

«Aquí hay gente que se dedica, uno le paga, y viene, recoge su fardito, se lo lleva. Y hay mucha gente que eso lo recicla, lo vende en la feria, y me imagino que lo botarán», afirmó.

De acuerdo con Patricio Ferreira, alcalde de la comuna de Alto Hospicio, los importadores de la zona franca «contratan fleteros, o un camión recolector, y les pagan para que vayan a botar a cualquier parte».

Carmen García, una mujer proveniente de la pequeña ciudad de Colchane, les compra ropa a los importadores de la Zona Franca para luego revenderla en la inmensa feria La Quebradilla, en Alto Hospicio. Marcas como H&M, Pepe Jeans, Wrangler o Nike están entre sus ofertas.

Los precios son increíblemente bajos: por menos de un dólar se pueden adquirir todo tipo de camisetas o pantalones.

«Todo lo que se ve aquí viene de la Zofri», indicó, mostrando su tienda con una veintena de canastos llenos de ropa.

García explica que compra por bolsas, sin tener la seguridad de lo que hay adentro. «Si tienes suerte, te sale todo lindo. Pero hay momentos en los que inviertes y se va todo a la basura», admitió.

 

Contaminación

La industria de la moda es una de las más contaminantes del mundo, después del petróleo. De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas (ONU) es responsable del 8% de los gases de efecto invernadero y del 20% de desperdicio total de agua a nivel global. Y es que solo para producir unos jeans se necesitan 7.500 litros de agua.

Además, actualmente gran parte de la ropa está hecha de poliéster, un tipo de resina plástica que se obtiene del petróleo, y que tiene grandes ventajas frente al algodón: es muy económico, pesa poco, se seca rápido y no se arruga.

El problema es que demora más de 200 años en desintegrarse, mientras que el algodón aproximadamente 30 meses.

Y en el desierto de Atacama, la mayoría de las prendas desechadas están hechas, justamente, de poliéster. Camisetas deportivas, trajes de baño o shorts lucen como nuevos, aunque probablemente llevan meses -o años- en estas montañas.

Pero, con el paso del tiempo, estas prendas se empezarán a desgastar liberando micro plásticos que se dispersan en la atmósfera, afectando gravemente la fauna de la zona y el mar.

Otra de las cosas que preocupa a las autoridades locales son los incendios que anualmente se producen en estos basurales clandestinos.

«Como no tiene una disposición legal, la única solución es quemarla (la ropa). Y la polución del humo es un gran problema», explicó Edgard Ortega.

«Esta ropa nos genera un incendio anual de grandes proporciones, que duran entre 2 y 10 días», agregó.

De acuerdo con el departamento de medioambiente de la región de Tarapacá, el humo puede generar enfermedades cardiorrespiratorias entre los habitantes que viven alrededor, la mayoría de ellos inmigrantes ilegales que se instalan en casas improvisadas y en mal estado.

«Hay poblaciones que viven dentro de este basural, ellos están inhalando directamente estos gases que se producen, se pueden generar enfermedades cardiorrespiratorias», indicó Gerson Ramos, encargado de residuos de la secretaria regional del medioambiente.

Estando en los basurales, es común encontrarse con inmigrantes que escarban entre la ropa para conseguir algo para vestirse o ganar unas monedas con su reventa.

«Como no pueden laborar formalmente buscan ropa en estos macrobasurales y las venden a mínimo costo. Y eso nos genera un problema porque la basura se dispersa aún más», contó Ortega.

«La gente pobre paga los platos rotos por este modelo de negocio del que nadie se quiere hacer cargo», sentenció.

 

Las soluciones no son sencillas

El problema de la ropa en el desierto de Atacama no es nuevo. Hace al menos 15 años que los desechos textiles se vienen acumulando en este icónico lugar, aunque ahora su proporción es mucho mayor, afectando un total de 300 hectáreas, según la secretaría del medioambiente de la región de Tarapacá.

La solución, sin embargo, no es sencilla. Hay personas que viven alrededor de los basurales de ropa usada.

Por el momento, hay dos planes en marcha: un programa de erradicación de los basurales clandestinos y la incorporación de la ropa usada en la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que establece una obligación a las compañías que importan a hacerse cargo de sus residuos.

Sin embargo, aún faltan pasos importantes para que ambos planes se hagan realidad: en el caso del primero, todavía debe ser aprobado por el gobernador regional, y en el caso del segundo, aún tiene que elaborarse un decreto que establecerá esa obligación.

«No es fácil conciliar tantos intereses para poder hacer una solución tajante, como prohibir el ingreso de la ropa usada, eso no es factible», consideró Moyra Rojas, secretaria regional del medioambiente de la región de Tarapacá.

Además, la falta de fiscalización y control en el área hace que sea muy fácil arrojar la ropa en vertederos ilegales.

«Alto Hospicio es una comuna vulnerable, que tiene un presupuesto muy bajo. No podemos contratar a más fiscalizadores, no nos dan los recursos», explicó Ortega.

Ante la falta real de soluciones -y el aumento indiscriminado de la llamada «moda rápida»-, la ropa se sigue acumulando en este inhóspito desierto todos los días.