Gloria Huarcaya, periodista y madre de familia escribe: “Los niños del país de nunca jamás”

«Las familias soportan sin ayuda, todo el peso de evitar que los sueños de sus hijos se derrumben»

En el país de la injusticia, los niños siguen casi dos años aislados de sus escuelas. Cuando todo está abierto; desde casinos, bares, restaurantes y hasta estadios, más del 90% de las escuelas permanecen cerradas. Mientras los organismos internacionales afirman que, durante la pandemia, las escuelas deben ser lo primero que se abra y lo último que se cierra, en este país inverosímil, las escuelas serán lo último que reaperturen, a cuenta gotas, si a los burócratas se les antoja.

En el país del terror, los padres no desean enviar a sus hijos al colegio, algunos por miedo, la mayoría por desconocimiento, otros por comodidad, muy pocos por razones de salud. Pero casi todos llevan a sus niños a playa, al club, al cumpleaños, a la parrillada, al mercado, al centro comercial; menos a la escuela, qué más da, la educación no es prioridad. Esperan a que inicie el verano para no dejar de vacacionar, ya irán a la escuela en marzo dicen, o sea dentro de 5 meses. Desconocen que el plan “de emergencia” del gobierno solo prevé el 50% del retorno como meta para julio de 2022. Atenazados por el pánico, no son conscientes de que cada día cuenta.

En el país de la indolencia, donde un profesor es presidente y un sindicalista es ministro, ninguno de los dos lidera ni promueve un retorno flexible, gradual, seguro y voluntario. Prefieren no pronunciarse al respecto, están preocupados por las huelgas de los maestros, que tampoco quieren regresar a trabajar. No les importa que más de 700 mil escolares hayan interrumpido sus estudios, o estén en riesgo de hacerlo; no les conmueve más de dos años perdidos de aprendizajes que difícilmente se recuperen, no les preocupa que, según estimaciones económicas, cada uno de esos niños dejará de ganar 20 mil dólares a lo largo de sus vidas. Aquellos abanderados de la igualdad social, cegados por su ideología y paralizados por su incompetencia, solo han agravado las brechas.

En el país de la mediocridad, muchos cómodos maestros reciben su sueldo enviando videos y a veces, tareas por WhatsApp. Muy pocos llaman a sus alumnos para saber si entendieron el tema, o simplemente preguntar cómo están. No hace falta, al final del año todos aprobarán con A. Solo una brigada de heroicos docentes, los visitan con frecuencia e improvisan clases en lugares abiertos, en arenales y cerros. Que los niños puedan conectarse con sus profesores a diario por zoom, teams o una plataforma virtual, es un privilegio de los pudientes, de aquellos que tienen luz, conectividad y un dispositivo electrónico. Que los niños pongan atención a las pantallas, es casi un milagro, que pocos padres con teletrabajo han conseguido haciendo supervisión constante a sus hijos. Cada vez más desigualdades, pero muy pocos se desvelan buscando soluciones.

En el país de la desinformación, te dicen que para la apertura aplica un criterio de “territorialidad”, a pesar de que ese requisito quedó sin efecto hace meses; te dirán que no hay condiciones para volver, cuando epidemiológicamente estamos en las mejores condiciones, verificables en el Sares. Te dirán que debe pasar la tercera ola, cuando no hay atisbos de que esta inicie. Te porfiarán que los niños deben estar vacunados, cuando en ningún país del mundo, la vacuna ha sido requisito para reiniciar las clases. Te asustarán sobre el contagio en las escuelas, a pesar de que habiendo más de 6 mil escuelas funcionando, no se ha registrado ningún caso de contagio de covid-19.

En el país de las pesadillas, las familias soportan sin ayuda, todo el peso de evitar que los sueños de sus hijos se derrumben, de contener la incertidumbre, además de sostener todas sus necesidades. Los padres y madres han aprendido a hacer de maestros, de sicólogos, entrenadores y terapeutas, pero ellos y sus hijos están agotados. Según Unicef, en una investigación aplicada en Perú, 7 de cada 10 cuidadores experimenta un riesgo de salud mental, y 3 de cada 10 niños y adolescentes ya presenta un problema de ansiedad, depresión, trastornos alimenticios, de atención, del sueño, la conducta, y un largo etcétera.

En el país de la apatía, muchos protestarán en redes, pero muy pocos en una marcha, ¿dónde está la generación del bicentenario para exigir su derecho a educarse?, ¿por qué no defienden a sus hermanos más pequeños? La mayoría de tweets están dirigidos a descalificar a los padres que sí desean la semipresencialidad, desconociendo que el derecho a cómo educar a sus hijos, les corresponde a los padres, y no a los opinólogos sin oficio.

En el país de las penumbras, donde los gobernantes recurren a brujos y hechizos para dirigir la nación, la muerte se ha ensañado con más de 180 mil ciudadanos y casi 90 mil niños han quedado huérfanos, ¿quién velará por ellos?, ¿quién les consolará en sus noches de miedo? En la región de la eterna reconstrucción, dos niños murieron aplastados como frutas por un camión cisterna, a una hora del día, en que ambos debían estar en su escuela.

En el país de las desgracias, no habrá Peter Pan ni Campanilla que pueda llevar a los niños a una isla segura y feliz. Solo padres, madres, abuelos, amorosos y valientes, quienes, abrazados junto a ellos y unidos en una plegaria, les ayuden a resistir y a crecer resilientes, allí donde la infancia parece marchitarse. Todos hemos enfrentado duelos y pérdidas, pero los niños están heridos y son los más vulnerables de nuestra sociedad, ¿qué esperamos para unirnos y trabajar por su bienestar? En el país de todas las sangres, el cielo clama por los derechos de los niños.

Fuente: Minuto Digital Peru